viernes, 12 de febrero de 2010

UN SOCIALISMO DISTINTO

Hoy en día, la palabra “socialismo” suele espantar nuestros oídos porque se la relaciona con la experiencia fracasada del bloque soviético y con la demagogia vista en algunos países latinoamericanos.

Muchos gobiernos llamados socialistas han sido en realidad estados donde la clase ligada al partido oficial constituye una minoría privilegiada como en la URSS o el México de los “años dorados” del priísmo. Para muchos otros, socialismo es sinónimo de políticas que han atentado contra aquellos que han construido su patrimonio de forma honesta y que han desembocado en inestabilidad económica o inflaciones galopantes como se ha visto en algunos países.

La equiparación de socialismo a una economía de tipo marxista que ya fracasó o a políticas populistas ha causado en el mundo occidental un rechazo “natural” a todo lo que tenga connotaciones de socialismo.

Ahora, si decimos que esto no es socialismo: ¿qué entendemos nosotros por socialismo? ¿En qué se diferencía nuestro concepto de socialismo al de las agrupaciones herederas de la izquierda y del marxismo?

El socialismo de una manera bien entendida no se refiere a una “colectivización” de la economía, sino a una forma de administración y gobierno que privilegie el bien de la comunidad sobre el interés particular, a reglas que busquen lograr una mejor calidad de vida en todos aspectos para los miembros de la nación por encima de los intereses del dinero de unos cuantos potentados o de los partidos políticos y sectores ligados al gobierno. En un sentido “amplio”, se puede decir que todo buen gobierno debe ser socialista, al velar por el bien de la colectividad y la permanencia de la nación en su conjunto. El socialismo también puede ser visto como un ideal, una manera de pensar y una ética que no se limita al campo económico y que se extiende a todas las esferas de la vida política de un país.

Este ideal socialista no es para nada igual al marxismo (mal llamado socialismo). La crítica al socialismo marxista de la izquierda es de hecho una crítica al materialismo y a una visión que reduce la vida humana simplemente a un aspecto económico y de necesidades naturales (alimentación, vestido, etc.). Es verdad que estas necesidades deben ser primeramente cubiertas para que el ser humano pueda crecer en lo ético y lo personal, pero el materialismo marxista de hecho desprecia el carácter trascendente del ser humano. Para el marxismo solo cuenta el aspecto de productividad económica del hombre por medio del trabajo. Este es para el marxismo el motor de la historia. Por tanto, dicho materialismo niega al ideal, a la raza y a la cultura como fuerzas creadoras en base a las cuales se ha construido la civilización humana. Para ellos estas son consecuencia de las relaciones de producción que se superarán en la medida en que se logre una revolución mundial, que abolirá las naciones y construirá un mundo de igualdad social.

Todo esto es para nosotros una utopía contraria al orden establecido por la naturaleza, pues la defensa de la territorialidad y de una herencia biológica compartida por cierto grupo es inherente a todos los seres vivos. En los seres humanos, que constituimos los seres mas evolucionados de la creación, se anexa además su capacidad de crear cultura y civilización en un marco de pluralidad innegable. Nosotros nos manifestamos por la defensa de esa herencia biológica y cultural que comparten los miembros de la nación y por su desarrollo. Eso no significa que despreciemos la solidaridad entre los pueblos, sino que nuestra prioridad debe ser nuestra gente y la conservación o recuperación de su espacio.

La diferencia fundamental entre nuestro ideal socialista y el que emana del marxismo (del cual derivan casi todos los movimientos de izquierda), radica en el aspecto filosófico y en nuestra visión esencialmente anti-igualitaria de la vida: no aceptamos la falsa idea de la igualdad absoluta y asumimos que existen diferencias irrefutables entre los seres humanos, en cuanto a su talento, su capacidad y su esfuerzo. Negarlo es negar a la naturaleza. Aquellos intentos políticos o económicos por imponer por la fuerza un emparejamiento del nivel social (la lucha de clases) lleva necesariamente a la inferiorización de todos en un punto más atrasado y a la violencia.

Por tanto, no aspiramos a la instauración de un orden igualitario ni a una “sociedad sin clases” sino a la llegada de un orden social dirigido por una élite formada por los mejores seres humanos, seleccionados en base a su capacidad y su esfuerzo, y ya no por sus contactos personales (amiguismos, compadrazgos, etc.) o por medio de sus negocios privados como ocurre en el sistema actual capitalista. Hablamos de una sociedad jerárquica donde todos los seres humanos reciban las mismas oportunidades para desarrollar su potencial al máximo.

Nuestra visión se traslada también a otros aspectos de la vida nacional en lo público y en lo privado. La iniciativa es parte del espíritu creador de la humanidad. Las diferencias económicas entre los miembros de una sociedad serán justas en la medida en que provengan de un talento y responsabilidad superiores, y no del fraude, la usura y las “palancas”, como sucede en el capitalismo actual. Por tanto el poder estatal debe enfocarse no a restringir la creación de riqueza sino a imponer un orden de ética, respeto y solidaridad en las relaciones sociales y económicas que se den entre los miembros de la nación.

La propiedad privada de la tierra y la producción es consecuencia del orden natural y va ligada al desarrollo personal. Hablar de una colectivización de la propiedad en el sentido marxista no es compatible con la ambición innata del ser humano hacia un mayor desarrollo personal. Lo que sucede en el capitalismo, es que la propiedad y los medios son acaparados por personas sin respeto por el bien de la comunidad del pueblo y que la usan como medio para generar mas dinero sin trabajar (especulación con los inmuebles, con la producción, etc.).

Por eso, no contemplamos un socialismo de proletarios desposeídos y colectivizados, sino un socialismo de propietarios donde todos tengan las mismas posibilidades de acceso hacia la propiedad, lo cual debe incluir también la participación de los trabajadores en las grandes empresas. Estamos convencidos que una economía mixta con formas plurales de propiedad son el camino para obtener una mejor eficiencia en cuanto las relaciones económicas sean reguladas correctamente.

El socialismo frecuentemente se interpreta como intervencionismo estatal y estatización de empresas y servicios, lo cual tiene efectos negativos en cuanto a que crea una burocracia gigantesca e ineficiente que tiende a enquistarse de forma parasitaria en todas las estructuras del estado. Nosotros, por el contrario, nos manifestamos en contra de un Estado propietario y a favor de uno eficiente que intervenga a favor de la justicia social y en contra de aquellos que busquen el acaparamiento, la usura y la especulación. La función pública será solo para los mejores y para aquellos que tengan la capacidad de adquirir una responsabilidad para con la nación, pues cualquier acto de corrupción sería equiparable a un atentado contra toda la comunidad del pueblo, lo cual sería duramente castigado.

Valoramos las conquistas de los movimientos obreras, pero consideramos a la lucha de clases como un error que desvió sus verdaderos fines, porque las luchas sindicales tendieron a buscar beneficios absolutos para sus miembros sin tomar en cuenta la situación de los otros, degenerando en esa lucha de clases. Tanto las huelgas injustificadas que cierran fuentes de trabajo como los paros patronales antieconómicos evidencian un gran egoísmo y una falta de solidaridad con el pueblo. El corporativismo, surgido posteriormente como una forma de “compromiso” creó por medio de gobiernos supuestamente “obreros”, dirigencias sindicales con privilegios grotescos (charrismo) y con nulo interés en la defensa del trabajador y del pueblo. Esto es opuesto a un verdadero socialismo, pues se viola el principio de la equidad en cuanto a derechos y obligaciones. En un estado verdaderamente socialista, todo sindicato debe ser auditable y donde todo líder debe ser renovable asumiendo plena responsabilidad por sus actos y manejos.

Un socialismo nacionalista vela por la participación de los trabajadores en todas las áreas de la sociedad y la cultura, en el marco de un gran frente que privilegie la conciliación. Dicha conciliación solo es posible si se sigue una política verdaderamente nacionalista y social, pensando en el bienestar de la totalidad del pueblo y la defensa de su identidad y espacio. Los vagos, los mendigos, los usureros y los criminales comunes deben ser duramente perseguidos. Un nuevo liderazgo debe establecer las reglas para llegar al pleno empleo y conseguir la equidad social a favor de las mujeres y las personas con discapacidad.

En el sentido ideal, la economía debe ser un instrumento para servir al pueblo y no un fin en si mismo, de la misma forma en que el dinero debe ser un instrumento que representa al trabajo humano y cuyo fin es adquirir o intercambiar bienes. Por el contrario, en el capitalismo actual el dinero es usado para generar dinero y la economía es un instrumento para especular y obtener ganancias sin esfuerzo, creando falso crédito con préstamos que despojan a los otros de su patrimonio y esclavizan a los ciudadanos, a las empresas y al mismo Estado. Aunque cada Estado nacional emite su moneda, las naciones bajo el sistema capitalista están supeditadas a la banca internacional que proporciona el dinero en base a créditos. Lo mismo ocurre en el ámbito nacional, donde todos vivimos en base al crédito que proporcionan los bancos, con intereses altísimos.

Sobra decir que toda ganancia sin trabajo es opuesta a un verdadero socialismo. Una reforma en el sistema financiero nacional, hacia la eliminación del poder del interés y la creación de una banca popular y social (independientemente de su carácter estatal o privado) es imperante para poder llevar la justicia social al terreno de las finanzas y reactivar la economía popular. Una clase media sana es producto de un buen manejo del sistema económico.

Manifestamos que en un esquema verdaderamente socialista, cada persona debe ser plenamente responsable por su propiedad y por su trabajo. Por esta razón, la figura capitalista de las “sociedades anónimas” es un atraco al pueblo, al permitir que vivales y defraudadores se escondan en el anonimato para tomar la dirección de empresas e imponer políticas económicas. En el nuevo orden económico, este esquema debe cambiarse por uno que fomente la inversión, pero no el control anónimo de las empresas y donde la ambición personal debe llevar a un mejoramiento de la vida de otros y no al revés.

La propiedad debe estar intrínsecamente relacionada a su uso y al trabajo. La vida rural y campesina ha sido el corazón de las grandes civilizaciones. Por eso, en una agricultura socialista no pueden permitirse tierras ociosas o arrendadas. Tampoco optamos por la colectivización al estilo marxista, sino a una obligación del propietario a hacer rendir su tierra y a una dirección planeada de la agroindustria según metas y necesidades.

Mientras que el Estado actual busca combatir la pobreza con limosnas y dádivas, nosotros proponemos que sea combatida con asesoría, apoyo en especie, capacitación y con la fijación de precios justos coordinando adecuadamente la distribución de los alimentos, con un mercado interno fuerte y altamente altruista.

Nos oponemos al internacionalismo capitalista y marxista por igual, pues ambos (aunque por diferentes caminos) buscan la instauración de un gobierno mundial y degeneran en un sistema donde la riqueza queda distribuida en pocas manos (ya sea en las bolsas de los grandes magnates del capitalismo o en los manejos de las camarillas del partido oficial en gobiernos marxistas o izquierdistas). Consideramos que una economía sana es una economía que consume productos nacionales y que es autosuficiente en materia de alimentación y de industria. Por el contrario, una economía como la que impera actualmente, donde las importaciones han destruido a la industria nacional y la han remplazado por un mercado dominado por corporaciones transnacionales es una economía nacional enferma, que será prontamente tragada al no ser capaz de competir con la de los países mas desarrollados. Esto lleva irremediablemente al gobierno mundial tan deseado por las fuerzas que dominan la política global desde hace siglos.

En México, sería imperante que el sector estatal ingrese a aquellos campos de la vida económica donde actualmente, por muchas razones, la iniciativa privada nacional no ha entrado con suficiente fuerza. Entre estos campos se encuentra el de la agricultura y la inversión fundamental que necesita la nación en cuanto a ciencia y tecnología. No obstante la libre iniciativa y la figura de la empresa deben conservarse porque es la mejor manera de generar bienes económicos. La experiencia de siglos ha demostrado que la producción es mayor cuando se es propietario de algo. La reforma agraria del siglo pasado fracasó porque se crearon ejidos que después quedaron en el abandono y los campesinos terminaron dependiendo del gobierno. La historia esta vez debe ser distinta, deben formarse verdaderas empresas agrarias capaces de ser autosuficientes para participar en un mercado que será mayoritariamente nacional.

Nuestra visión del socialismo no se opone al comercio entre las naciones, pero la realidad es que la mejor manera de colaborar a favor de la especie humana es por medio de economías nacionales fuertes y de Estados que defiendan las particularidades propias de sus pueblos. Por tanto no llamamos al “internacionalismo proletario” sino a un nacionalismo co-nacionalista, de solidaridad étnica y humana, por lograr un mundo de patrias libres e iguales en derechos.

Concebimos a la nación económicamente como una gran comunidad de producción que debe funcionar de forma armónica y cuyos sectores deben ser coordinados por políticas serias y cumpliendo metas que poco a poco vayan garantizando la producción y distribución adecuada de los bienes y los servicios.

La economía debe concordar en todo momento con la política. Lograr la independencia económica de la nación mexicana y de la esfera latinoamericana pasa por una clara ruptura con el sistema anterior y con los instrumentos de dominación del yanqui para con los pueblos sometidos en el mundo: llámese TLCAN, OMC, Banco Mundial, etc. Esto es una condición necesaria para reestructurar el sistema económico y reactivar el mercado productivo del país.

Toca a los economistas y a los profesionistas jóvenes definir esquemas claros y nuevas propuestas en materia económica que rompan claramente con el modelo económico del liberalismo y que no caigan en los errores de los gobiernos creados bajo inspiración marxista.

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