domingo, 28 de marzo de 2010

IMPRESIONES DE UN NUEVO MILITANTE NACIONALISTA

Estábamos justamente en una época en la que todo el mundo se juzgaba habilitado para fundar un nuevo partido, eso porque a nadie le agradaba el rumbo que tomaban las cosas y los partidos existentes no merecían ninguna confianza. Por doquier aparecían nuevas asociaciones que luego desaparecían sin dejar el menor rastro de su paso. Generalmente, los fundadores no tenían la menor idea de lo que fuese transformar una asociación en un partido o incluso iniciar un Movimiento. Naufragaban así estas fundaciones, casi siempre ante su ridícula estrechez de ideas.

El local donde debía realizarse la anunciada reunión era un paupérrimo restaurante. Era un local modesto donde, sólo de cuando en cuando, aparecía alguna alma en pena.

Bajo la media luz que proyectaba una vieja lámpara de gas, se hallaban sentados en torno a una mesa cuatro hombres jóvenes, entre los que se encontraba el autor del pequeño folleto, el cual me saludó inmediatamente, de la manera más cordial, y me dio la bienvenida como nuevo miembro del partido.

Quedé sorprendido cuando se me informó que el "Presidente Nacional" vendría en seguida y que, por este motivo, se me insinuaba retardar mi exposición. Al fin llegó el esperado presidente.

Entre tanto, mi curiosidad había vuelto a subir de punto y esperaba impaciente el desenvolvimiento de la reunión:

1. Previamente se me hizo conocer los nombres de los concurrentes.

2. Luego, se procedió a la lectura del acta de la última sesión, dando un voto de agradecimiento al conferenciante. Llegó después el rendimiento de cuentas. La sociedad poseía a penas unos cuantos billetes, por los que el tesorero recibió un voto de confianza general. Este hecho se hizo constar en el acta.

3. Después se procedió a la notificación de la correspondencia recibida: una carta de Berlín, una de Düsseldorf y otra de Kiel, cuya recepción pareció provocar gran alegría. Se consideró ese constante aumento de correspondencia como la mejor y más visible señal de expansión e importancia del Partido Alemán de los Trabajadores.

4. A continuación, tuvo lugar un largo debate sobre las nuevas respuestas que se darían. (¿En ese club era dónde debería entrar?)

5. Después pasóse a discutir la aceptación de nuevos miembros, es decir que debía deliberarse sobre el caso de la "pesca" de mi persona.

Comencé por orientarme sobre los detalles de la organización del Partido pero, fuera de las enumeraciones de algunos postulados, no había nada: ningún programa, ni un volante de propaganda. En fin, nada impreso. Carecíase de tarjetas de identificación para los miembros del Partido y, por último. hasta de un pobre sello. En realidad sólo se contaba con fe y buena voluntad.

Desde aquel momento desapareció para mí todo motivo de hilaridad y tomé la cosa en serio. ¿Cuáles eran todos esos defectos que constituían la señal típica del completo aturdimiento general y del completo fracaso de todos los partidos, hasta entonces, de sus programas, de sus intenciones y de sus actividades?

Lo que inducía a esos jóvenes a reunirse de esa manera aparentemente tan ridícula no era nada más que el eco de la voz interior, que, más por instinto que conscientemente, les hacía creer en la posibilidad del resurgimiento de la Nación, así como su convalecencia de los males interiores, fomentados por los partidos, como los que existían hasta entonces.

En cualquier caso se notaba, sin embargo, la señal de una aspiración común. Lo que aquellos hombres sentían lo sentía también yo; era el ansia hacia un nuevo Movimiento que fuese algo más de lo que hasta entonces era un partido, en el sentido corriente de la palabra.

Me hallaba seguramente frente a la más grave cuestión de mi vida: ¿Declarar mi adhesión o resolverme por la negativa? La razón sólo podía aconsejarme la negativa. El sentimiento, por el contrario, no me dejó tranquilo, y, cuantas más veces trataba de convencerme de la estupidez de todo aquello, tanto más el sentimiento me inclinaba hacia esa asociación de jóvenes.

Los días siguientes fueron de desasosiego. Comencé a pensar. Hacía mucho tiempo que estaba decidido a tomar parte activa en la política. Para mí, estaba claro que eso se produciría a través de un nuevo Movimiento, solamente que me había faltado hasta entonces un impulso para la acción.

No pertenezco a la categoría de personas que comienzan hoy una cosa para, al día siguiente, abandonarla o pasar a otra. Justamente esa convicción era el motivo principal por el que difícilmente me decidía a una nueva fundación, a la cual me entregaría por completo o dejaría de existir. Sabía que eso era decisivo para mí y no había posibilidad de dar "marcha atrás". Se trataba, pues, no de un juego pasajero y sí de algo muy serio. Ya entonces tenía una aversión instintiva por las personas que todo lo comenzaban sin terminar nunca nada.

Aquella risible institución, con sus contados socios, me parecía tener por lo menos la ventaja de no estar todavía petrificada como una "organización" y de ofrecerle al individuo la posibilidad de desenvolver una actitud personal efectiva. Aquí se podía trabajar y comprendí que cuanto más pequeño era el Movimiento tanto más fácil resultaba encaminarlo bien.

Además, en este círculo se podía precisar el carácter, la finalidad y el método, cosa en principio impracticable tratándose de los partidos grandes. Juntamente con mis reflexiones creció en mí la convicción de que precisamente en un pequeño Movimiento, como aquel, podía surgir un día la obra de la restauración nacional, pero jamás de los partidos parlamentarios aferrados a viejas concepciones o de los otros que participaban de las granjerías del nuevo régimen de gobierno. Lo que aquí debía proclamarse era una nueva ideología y no un nuevo lema electoral.

En verdad una decisión inmensamente difícil ésa de transformar una intención en realidad. ¿Qué antecedentes tenía yo para poder afrontar una cuestión de tal magnitud? El hecho de ser pobre, de no poseer recursos financieros, parecía lo de menos; más difícil era superar la circunstancia de pertenecer yo a la categoría de los desconocidos, uno más entre millones.

La llamada "intelectualidad" ve con infinito desdén a todo aquel que no pasó por las escuelas oficiales, para dejarse llenar de "sabiduría". Nunca se pregunta: ¿Qué sabe el individuo?, y sí: ¿Qué estudió? Para esas criaturas "cultas" más vale la cabeza hueca, bien protegida por títulos, que el muchacho más despierto. Era, pues, fácil para mí imaginar la manera por la que ese mundo "culto" se me opondría y sólo me equivoqué por el hecho de considerar, todavía en aquel tiempo, a los hombres mejores de lo que son en realidad.

Después de dos días de cavilar y sumido en meditaciones, llegué al fin a la conclusión de que debía resolverse positivamente. Ésa fue sin duda la resolución más decisiva de toda mi vida. Retroceder no era ya posible, ni podía serlo. Me hice pues miembro del Partido Alemán de los Trabajadores y obtuve un carnet provisional, marcado con el número 7.

ADOLF HITLER
MEIN KAMPF
Capítulo IX: El Partido Alemán de los Trabajadores

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