lunes, 8 de junio de 2009

Mi Testamento Político


Desde que en 1914 empeñe como voluntario mis modestas fuerzas en la Primera Guerra Mundial impuesta al Reich, han pasado ahora más de treinta años.

En estos tres decenios me han movido en todo mi pensar y proceder solamente el amor y lealtad hacia mi pueblo. Ellos me dieron la fuerza de tomar las más graves decisiones, como hasta ahora no le han sido planteadas a ningún mortal. He consumido en estos tres decenios mi tiempo, mi capacidad de trabajo y salud.

No es verdad que yo o cualquier persona en Alemania haya querido la guerra de 1939. Fue deseada e instigada exclusivamente por aquellos hombres de Estado Internacionalistas que o bien eran de ascendencia judía o trabajaban para los intereses judíos. He hecho demasiadas propuestas de restricción de armamentos y de limitación de armamentos que la posterioridad no puede negar por toda la eternidad, como para que la responsabilidad de la guerra pueda gravitar sobre mí. Además nunca he querido que después de la primera nefasta Guerra Mundial se origine una segunda contra Inglaterra o hasta contra Norteamérica. Pasarán centurias, pero de las ruinas de nuestras ciudades y monumentos culturales se renovará siempre de nuevo el odio contra el pueblo en último término responsable, a quien debemos todo esto: ¡el judaísmo internacional y sus auxiliares!

Aún tres días antes del estallido de la guerra germano-polaca he propuesto al embajador británico en Berlín una solución de los problemas germano-polacos similar a la del caso del territorio del Sarre, bajo control internacional. También está propuesta no puede ser negada. Sólo fue desechada porque los círculos decisivos de la política inglesa deseaban la guerra, en parte por los negocios esperados, en parte impulsados por una propaganda organizada por el judaísmo internacional.

Pero tampoco he dejado ninguna duda respecto de que si los pueblos de Europa vuelven a ser considerados sólo como paquetes de acciones de estos conspiradores internacionales del dinero y de las finanzas, también a aquel pueblo se le pediría cuentas conjuntamente ya que es el verdadero culpable de esta pugna homicida: ¡el judaísmo! Además he dejado claro para todo el mundo que esta vez no sólo millones de hombres adultos habrían de sufrir la muerte y no solo centenares de mujeres y niños habrían de ser quemados y bombardeados a muerte en las ciudades, sin que el verdadero culpable, aunque con medios más humanos, deba, expiar su culpa.

Después de una lucha de seis años, que alguna vez entrará a la historia, a pesar de todos los reveses, como la manifestación más gloriosa y valiente de vivir de un pueblo, no me puedo separar de la ciudad que es la capital de este Reich. Como las fuerzas son demasiado escasas para seguir resistiendo en este lugar la acometida enemiga, y la propia resistencia paulatinamente se desvaloriza por sujetos tan cegados, como faltos de carácter, quiero compartir mi destino con el que millones de otros también han tomado sobre sí, quedándome en esta ciudad. además no quiero caer en manos de enemigos que para diversión de sus masas soliviantadas necesitan un espectáculo nuevo puesto en escena por judíos.

De ahí que he decídido quedarme en Berlín y elegir aquí por libre voluntad la muerte en el momento en que considere que la sede del Führer y Canciller no puede ya ser mantenida. Muero con el corazón alegre en vista de los hechos y rendimientos inconmesurables, de los que tengo plena conciencia, de nuestros soldados en el Frente, de nuestras mujeres en el hogar, de los rendimientos de nuestros campesinos y trabajadores y el empeño único en la historia de nuestra juventud, que lleva mi nombre.

Que a todos vosotros les expreso mi agradecimiento desde lo más hondo de mi corazón es tan lógico y natural como mi deseo que por eso no abandonen el combate bajo ninguna cirscunstancia, donde quiera que sea, y lo prosigan contra los enemigos de la Patria, fiel a la profesión de fe de un gran Clausewitz. Del sacrificio de nuestros soldados y de mi propia unión con ellos hasta la muerte, en alguna forma en la historia alemana brotará otra vez la simiente para un renacimiento radiante del Movimiento Nacionalsocialista y con ello la realización de una verdadera comunicación popular.

Muchos hombres y mujeres valientes se han decidido a atar su vida hasta el final a la mía. Les he rogado y finalmente les he ordenado no hacer esto, sino participar en la ulterior lucha de Nación. A los conductores de los Ejércitos, de la Marina y del Arma Aérea les ruego reforzar con los medios extremos el espiritú de resistencia de nuestros soldados en el sentido nacionalsocialista, señalando especialmente, que también yo mismo, como fundador y creador de este Movimiento, he preferido la muerte a cobarde, retirada o capitulación.

Es mi anhelo que alguna vez pueda llegar a formar parte del concepto de honor del oficial alemán - así como esto ya es el caso en nuestra Marina - que la entrega de un territorio o de una ciudad sea imposible, y que sobre todo los conductores, han de preceder aquí con un ejemplo luminoso en el más fiel cumplimiento del deber hasta la muerte.


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A pesar de que una cantidad de hombres tales como Martín Bormann, el Dr. Goebbels, etc., inclusive sus esposas, se han reunido conmigo por libre voluntad y no querían bajo ninguna cirscunstancia abandonar la capítal del Reich, sino que estaban dispuestas a sucumbir conmigo, debo sin embargo pedirles de obedecer mi invitación y sobreponer en este caso el interés de la Nación a su propio sentimiento. Por su trabajo y su lealtad como camaradas me estarán después de la muerte tan próximos como espero que mi espíritu estará con ellos y siempre los acompañará. Que sean duros, pero jamás injustos, que sobre todo nunca alcen al miedo como consejero de su accionar y que pongan el honor de la Nación sobre todo lo que existe en la Tierra. Que finalmente tengan conciencia que nuestra misión de la estructuración de un Estado Nacionalsocialista representa la tarea de siglos venideros, qué obliga a cada uno en partícular a servir siempre al interés común y posponer frente a ello sus propias ventajas. De todos los alemanes, todos los nacionalsocialistas, hombres y mujeres, y todos los soldados de la Wehrmacht, exijo que al nuevo gobierno y su Presidente sean fieles y obedientes hasta la muerte.

Sobre todo comprometo la conducción de la Nación y sus colaboradores (Gefalgschaft) al cumplimiento estricto de las leyes raciales y a la resistencia despiada contra el envenenador mundial de todos los pueblos, el judaísmo internacional.


Dado en Berlín, el 29 de abril de 1945, a la hora 4.00
Como testigos:
Dr. Joseph Goebbels
Martín Bormann
Wilhelm Burgdorf
Hans Krebs


Adolf Hitler

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