Que don Agustín de Iturbide logró la independencia de México, que nos dio la bandera como simbolo de libertad, de religión y de unión, es una realidad que sólo puede ser negada por un dogma masónico en honor de Mr. Pointsett. Que su fusilamiento fue un parricidio, es otro hecho imposible de ocultar.
Agregaríamos que Iturbide fue una personalidad contradictoria, que tuvo dos fases: la primera, desde que se inició en el éjercito realista, como subteniente, y la segunda desde el momento de ser coronado Emperador hasta su fusilamiento.
En su primera etapa, ni sus enemigos le negaban que era un buen soldado y un jefe brillante de "frío valor personal".
Tenía 27 años de edad cuando perspicazmente vio que Hidalgo fracasaría porque no tenía ningún plan viable.
En diferentes hechos de armas, ya como teniente y como capitán, Iturbide dio muestras de arrojo y decisión, como su audaz ataque contra las tropas de Morelos, cerca de Valladolid.
Y a raíz de su temerario y fallido ataque al campo fortificado de Cóporo, pensó que la independencia se podría lograr mediante un acuerdo entre realistas e insurgentes y así lo dijo en 1815 al capítan Filisola.
En esa época ya había cesado prácticamente la lucha de independencia. Pero numerosas guerrillas asolaban por diversos rumbos. Había asaltos, violaciones e inseguridad en los caminos. Había gente que provenía de la lucha insurgente, pero en mayor parte se trataba de bandidaje sin bandera.
Se acusa a Iturbide de que fue sanguinario porque ordenó fusilamientos de gavilleros. Penosa función de quien dispone de mando para reestablecer el orden. Cuando el desorden se desboca, sólo otra fuerza mayor puede detenerlo. También se le acusa de "sanguinario" porque ordenó el fusilamiento de soldados indisciplinados de sus propias tropas. Además de que esto era practicado en todos los bandos, la disciplina es la fuerza de cohesión de un ejercito. Sin ella no se concibe la carrera militar. "Quien jura una bandera ya no posee nada suyo", ni siquiera el cabal ejercicio de su libre albedrío.
Ya como coronel, a principios de 1821, Iturbide recibió el mando de 2,400 soldados en la región de Acapulco y Michoacán, cosa que aprovechó para concertar una entrevista con el veterano luchador Vicente Guerrero. Ambos, con escoltas recelosas, se encontrarón en Acatempan.
Como es sabido, Iturbide formuló el Plan de Iguala, que eliminaba la lucha de clases y de étnias para unir a todos en una sola nacionalidad. Vicente Guerrero se adhirió al plan y le protestó afectuosa subordinación a Iturbide. Ambos sólo contaban con algo más de tres mil hombres, en tanto que el virrey tenía 84,000. La tarea que restaba era inmensa.
Pero Iturbide creyó en el milagro y se lanzó a conquistar voluntades, particularmente, y a vencer resistencia. Se ganó sucesivamente a Negrete, a Herrera, a Bravo, a Guadalupe Victoria, a Santa Anna, etc., y usó decididamente la fuerza en donde chocaba con porfiada resistencia. Así pasó por Teloloapan, Cutzamala, Zitácuaro, Acámbaro, León, Querétaro, San Juan del Río y Cuernavaca., ocupó Cholula y entró en Puebla, donde hubo voces que lo aclamaban como Emperador.
Por otra parte, llegaba a Veracruz un nuevo virrey, O'Donojú, quien rápidamente percibió la popularidad de Iturbide y admitió lo que ya era un hecho, o sea la independencia de la Nueva España. Ambos viajarón a Tacubaya, a donde llegaban personas de todos los rumbos del país para adherirse a Iturbide. La guarnición de la Ciudad de México hizó lo mismo, y como ya se sabe, el 27 de Septiembre de 1821 entró el Ejercito Trigarante en la capital. Fue un desfile de 16,000 hombres que duró cuatro horas.
En ese momento, en que era el supremo comandante del ejército y prácticamente considerado como Emperador, Iturbide reunía el poder más grande que ha tenido un gobernante en México: unánime popularidad y la entusiasta adhesión de las fuerzas armadas. Caso parecido sólo puede encontrarse en las primeras elecciones de don Porfirio.
Ser Emperador no tenía nada de extraño. Antes de la llegada de los españoles aquí regía el sistema imperial con Moctezuma y Cuauhtémoc, y lo mismo era cosa común en Europa.
Después de su entrada triunfal, Iturbide habló así a la nación: "Ya estaís en el caso de saludar a la Patria independiente como lo anuncié en Iguala... ya sabeís el modo de ser libres., a vosotros toca señalar el de ser felices. Y si mis trabajos, tan debidos a la patria, los suponeís dignos de recompensa, concededme sólo vuestra sumisión a las leyes, dejad que vuelva al seno de mi amada familia, y de tiempo en tiempo haced una memoria de vuestro Amigo Iturbide".
Aquí es donde puede percibirse un cambio en la personalidad de Iturbide. Hay un algo sutil en estas últimas palabras. Cuando menos, podría decirse que no eran usuales en ningún emperador.
La historia oficial dice que Iturbide era ambicioso. Si, ambicionó ser un buen soldado, y lo fue, ambicionó hacer la independencia, y la consumó. Pero ¿efectivamente ambicionó ser Emperador?... Parece que no, parece que consideraba concluida su misión al consumar la independencia, y sus actos subsiguientes lo confirman.
Del día en que llegó en triunfo total a la Ciudad de México, al día en que fue oficialmente coronado, pasaron nueve meses. La voz popular lo aclamaba como Emperador y el Ejército le había protestado su adhesión. Sin embargo, Iturbide no mostraba ningún empeño en que se realizara la ceremonia formal. Tenía entonces 39 años, edad en que el anhelo de poder podía haberse desbordado impetuosamente, y no fue así.
¿Y cuáles fueron los primeros acuerdos de Iturbide?... Que se nombrará una Junta Gubernativa para que convocará a un Congreso Constituyente. Y ni en la primera ni en el segundo se cuidó de lograr un control político. Entre los 120 integrantes de las dos Cámaras había gente gris, incompetente, y una minoría de radicales masones del rito escocés, profundamente heridos porque Iturbide había jurado "observar la santa religión católica, apostólica y romana".
Ahora bien, esa minoría se dedicó a sabotear a Iturbide no haciendo leyes que le solicitaba para gobernar de acuerdo con ellas. ¡Extraño legalismo!... Con la popularidad que tenía, y como Emperador, podía haber empezado a gobernar por decreto - dada la emergencía que se vivía - pero ni siquiera lo intento. (En Cirscuntancias prácticamente normales, Ávila Camacho gobernó con "facultades especiales" en 1942, con el pretexto de la guerra Europea).
Y así, esperando que el Congreso expidiera leyes, en tanto que este se dedicaba a discutir cuáles serían los días de fiesta, se perdieron otros tres meses. Un año, en total.
Entretanto, las células masónicas del rito escocés se movían a sus anchas dentro del Congreso, y luego se les agregaron las del rito yorkino, sembradas por Mr. Pointsett. Ya era franca conspiración. Sus órganos de agitación pública los encabezaban El Sol de México y Hombre Libre, de Veracruz, que el 27 de enero de 1823 llegó a llamar a Iturbide "inicuo tirano" y "miserable aventurero".
El historiador Luis Reed refiere que Nicolás Bravo pidió a Iturbide que aplicará la pena de muerte para los conspiradores, pero se negó. Aún en enero de 1823 podía controlar la situación, como a posteriori lo reconocía Lorenzo de Zavala con las siguientes palabras: "Tenían tropas y opinión. Sus enemigos temblaban en presencia suya. (Antología de Episodios Olvidados del México de Ayer. Tomo I. Pág. 146)
Desde su entrada a Palacio, triunfante, Iturbide tardó trece meses en disolver el Congreso que lo saboteaba, y nombró otra junta Constituyente mientras se reunía el nuevo Congreso, cosas que ya no llegó a ocurrir porque la conjura estalló con el primer levantamiento de Santa Anna. Las "nuevas luces" de las logías iban cancelando lealtades. Lo mismo ocurrió luego con Guadalupe Victoria, Valentín Gómez Farías, Guerrero, Bravo, Negrete y otros. El nuevo enfoque: hacer de México una república, como lo exigía Mr. Pointsett para que Estados Unidos reconociera nuestra Independencia. (Independencia respecto a España y dependencia bajo las logías).
Iturbide debe haberse sentido asqueado de la política, tan diferente a lo que había conocido en su vida militar, y dimitió y se fue al destierro (12 de mayo de 1823).
Inmediatamente después se perfilarón los dos partidos. El centralista (dirigido por el rito escocés) y el federalista (encabezado por el rito yorkino), que azuzados por Mr. Pointsett hundieron a México en ruinosas luchas intestinas.
En cuanto a Iturbide, es un misterio psicológico que su valor impetuoso y capacidad para tomar rápidas desiciones durante su carrera militar, cedieran el paso a una extraña tolerancia en cuanto se le aclamó Emperador, como si esto no correspondiera a lo más intimo de su personalidad. ¿Acaso los acontecimientos lo fueron empujando a una situación que en verdad no buscaba, pero que no podía eludir? Iturbide fue emperador, pero no gobernó como tal. La dureza ejercida en el combate y para disciplinar a sus tropas, desapareció en él cuando más lo necesitaba.
¿Lo inhibió el cariño tan unánime que le mostraba el pueblo? Ese pueblo que en Córdoba desenganchó las mulas del carruaje de Iturbide para ponerlo hasta su alojamiento el 23 de agosto de 1821; ese pueblo que sin esperara a la formación de un Congreso lo aclamaba como Emperador; ese pueblo que en Tacubaya - en vísperas de ocupar la capítal - le daba múltiples muestras de cariño. Gente de clase baja, media y alta, jefes militares, sacerdotes y arzobispos, todos agasajándolo como consumador de la independencia. ¿Fueron esas nuevas y profundas vivencias las que trasnformaron al guerrero?
El antiguo axioma militar que recomienda ceñirse más firme el casco después del triunfo, no fue seguido por Iturbide.
Un año de destierro en Italia debe haberlo reconcentrado en largas y penosas reflexiones. Allá escribió: "Siempre fui feliz en la guerra: la victoria fue compañera inseparable de las tropas que mande"... (México a Través de los Siglos. Tomo III, Pág- 423). Como que esa era su vocación y no la de emperador.
Un año de inactividad debe haberle hecho sentir torturante nostalgia, y en un arranque de valor, como los que tantas veces había tenido, decidió regresar a México. Unos dicen que tuvo informes de que España pretendía conquistar su antigua colonia y que el venía a sumarse a la defensa. Otros llegan a decir que pensó en que contaría con el apoyo de la Santa Alianza para recuperar su corona. Esto último es más inverosímil que lo primero.
Iturbide regresó, como suele decirse, "a valor mexicano". Regreso sin nada. Sabía muy bien, porque lo había vivido, que Francisco Xavier Mina - También en el destierro de 1817 - se decidió regresar, pero con dinero, barcos, armas y 300 mercenarios que consiguió en Estados Unidos, más de 200 hombres que reclutó al desembarcar en Soto La Marina, y ni así pudo sobrevivir... En cambio, Iturbide - sabiendo eso - venía sin nada, solo y su alma, y desembarcó precisamente en Soto La Marina.
Se dice que esa forma de regresar se debía a que ignoraba que en su ausencia había sido condenado a muerte. Sin embargo, no ignoraba que todos sus antiguos amigos eran ya enemigos desde que abdicó. No ignoraba que la condición humana ensalza al que esté en el poder y le vuelve las espadas al que fracasa. Tampoco ignoraba - no era posible ignorarlo - el poder solapado de las logías masónicas y fue este poder el que lo llevó instantaneamente al paredón de fusilamiento.
En la declaración que hizo momentos antes de morir, Iturbide no hablaba de política. No alude a ningún plan, salvo la mención de "haber venido a ayudarlos". ¿Ayudar en qué o para qué?... No especificó nada. Y a continuación una frase desconcertante: "Guardar subordinación y prestad obediencia a vuestros Jefes, que haciendo lo que os mandan es cumplir con Dios".
¡Pues no!... No era así la situación.
En realidad, el pensamiento verdaderamente medularde su declaración se evidencia al recomendar: "la observación de vuestra santa religión. Ella es quien os ha de conducir a la gloria".
Lo que resplandece de la personalidad de Iturbide, al final de su vida, es la fe de su catolicismo, en la que no hay ambición, ninguna de indole terrenal, ni rastro de deseo de "desquite", ni amargura por el poder perdido.
Al entrar victorioso a la capítal, con su Ejército Trigarante, Iturbide había dicho en arenga: "...Y de tiempo en tiempo haced una memoria de vuestro amigo Iturbide". Tres años después cerró el circulo, munitos antes de morir, en esta frase que rima con aquella: "...muero gustoso porque muero entre vosotros"...
Decididamente, fue un Emperador que no quiso ser Emperador. ¡Recónditos secretos del alma! Con todo el poder en sus manos, declinó la oportunidad de vivir la inevitable fugacidad de los imperios terrenales. Era más ambicioso de lo que suponen sus adversarios: aspiraba a la gloria perenne del imperio sin fin.
Datos tomados del Libro "PANORAMA" Pág 78-86.
Autor: Salvador Borrego E.